La Venganza de los árboles

Friday, November 10, 2006

Cálido

Cuando pensó que llegaba al final del día y el comienzo de otra noche más, monótona, irremediablemente noctámbula y decadente en las esquinas de cada uno de sus sistemáticos tic, tac, dudó. Miró nuevamente hacia un lado, hacia otro, sin encontrar alrededor ningún indicio de casualidad. Solo aire, aire y el resto de un recuerdo rondándole en sus ganas de olvidar. La mente suele ser un tanto macabra cuando lo quiere, cuanto menos, uno eso suele captar, percibir y sin embargo continua sin aceptar.

Cayó en la cuenta de que si no era un error, estaría ante lo que se conoce como de javù. Otro repetido momento paradójicamente entrecortado, en el abrir y cerrar de unos ojos cansados de mirar. Creyó que era solo eso, uno mas de los tantos instantes redundantes, por error o con razón, frente a sus descreídos sentidos nocturnos, sin embargo, algo le hizo dudar por una, por dos y hasta por tres veces en que miró, miró y volvió a mirar.

No era tan solo eso, sino que algo más corría junto con el viento que se dejaba escurrir entre los dedos. Aquello que tan solo alcanzaba a distinguir en la niebla de la fría estación y el sopor del aliento húmedo y agrio, raspándole la garganta al tragar.

No fue sino hasta que se acerco y le rozó la palma, cuando supo que no podía ser real. No podía haber un sentimiento como ese. Todo se volvió intransigente y difuso, el resto del tiempo se detuvo y enmarcó el momento cual postal frente a tal instante.

Contuvo la respiración por un largo segundo que, pensó, duró más de lo normal y luego tan solo siguió. El sentimiento de estar siendo observado se hizo más y más profundo, clavándose como una astilla que no pide a tal carne de un permiso para hacerse parte del hombre confuso, del ser.

Los pasos se le tornaron más pesados y cansinos, casi como suplicando que dejara de enviar ordenes mecánicas de continuar la marcha. Hizo caso omiso a tal sensación, pero aún lo sabia, aún lo sentía, aún tenía aquellos hilos, vestigios de alma, de sangre y de vida enganchados y finos entre sus dedos.

Al continuar por su camino, volteó; miro por sobre su hombro y la vio, de frente pero lejana, parada en medio de la calle perpendicular a la que el ahora dejaba, gritándole en silencio, con ojos suplicantes, pidiéndole, rogándole un desliz de piedad en medio de la noche, un instante de atención antes de seguir perdidos entre las sombras de la madrugada.

Un dedo invisible recorrió su espalda y le dibujó un escalofrío tal, que llegó a desarmarle casi por completo. Temblando imperceptiblemente, dudo otra vez, y al final de esa angustia y tanto temor, agachó la cabeza como meditando, y enseguida giro sobre sus pasos dirigiéndose hacia su observadora nocturna.

Ella, denotando resignación ya no lo observaba, pero como un despertar emocionado, levantó la cabeza y volvió a mirar, ahora no con gritos en sus ojos, sino que con emoción y esperanza, el brillo de su mirada se volvió más profundo y perceptible.

Apuró el paso y acomodó la bufanda desarmada, mientras ella aguardaba ahora del otro lado de la calle. Llegando ya casi a la esquina la vio completamente, toda la plenitud del deseo y el misterio se hicieron presentes, alargó los últimos pasos y entonces, estiro sus brazos como queriendo alcanzarla, trastabilló con una baldosa suelta que retuvo un instante su marcha y fue a dar al centro de la calle, sintiendo un empujón, como si algo u alguien le ayudara a emprender un vuelo y entonces, silencio.

El tiempo se detuvo nuevamente, solo que esta vez desde otra posición, observó el panorama. La vio, llegando ligera, tan frágil y liviana, corría ahora ha su encuentro. Acercándose con premura, ahogada como en una honda desesperación, entonces, lo abrazó. Arrodillada a su lado, lo tomó del cuello y el brazo acercándolo a su pecho. ¿Calido, confortante? No lo sabia, ya no sentía ni frío, ni sueño, ni miedo o dolor.

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